Cada elemento en nuestro entorno habitable ha sido pensado, graficado y planificado bajo la idea de brindar una solución al diario vivir. Ante esto surgen no solo intenciones de realizar espacios funcionales, sino lugares con identidad, que transmitan un lenguaje, un motivo, un concepto. Pero ¿cómo llegamos a concebirlo? Es aquí donde entran en juego variables y parámetros no solo funcionales, sino culturales y emocionales.
El diseño es una lluvia de ideas que emergen del conocimiento y la experiencia. Cuando mencionamos esto no hablamos únicamente de la experiencia arquitectónica, hablamos de la experiencia adquirida en lo vivido, las emociones percibidas en nuestra infancia, juventud y madurez. En el arte, en los viajes, en lo que viste o en lo que quieres ver. en lo memorablemente bueno de un entorno y por qué no en lo malo? Significa buscar el origen. Encontrar esa médula conceptual del que nacerá la sinergia entre lo habitable y cotidiano.
Cuando existe un concepto, todo fluye. Esa lluvia de ideas sin sentido empiezan a tener coherencia en su estructura, su función y su forma.
“Cada metro cuadrado cuenta y cada paso se disfruta. Somos compositores de obras tangibles. porque la arquitectura no se ve, la arquitectura se siente.” Fritz Feijóo Vera